Estás en la oficina, todo va mal, estás enojado y juras que mueres de hambre, una buena rebanada de pastel podría curar tus males. ¿Estás seguro? Quizá se trate de hambre emocional.
Hablamos de hambre emocional cuando sientes una gran necesidad de comer, es impulsiva y se acrecenta como consecuencia del estrés.
Es un trastorno de la alimentación, un refuerzo positivo a corto plazo. Se trata de tu mente convenciéndote de que la comida puede llenar tus vacíos emocionales.
La diferencia con el hambre física es que ésta llega de forma gradual, por el contrario, el hambre emocional te empuja a los atracones, al exceso.
Justo antes de que estos episodios se detonen hace acto de aparición la ansiedad. Además, suele suceder que las personas se sienten culpables porque, aún después de comer, siguen sin sentirse bien.
Dicho sea de paso, el hambre emocional nos hace elegir , por ejemplo, azúcar y no una porción de apio, de modo que en lugar de saciar nuestra ansiedad la potenciamos.
Y es que el consumo a largo plazo de azúcar (añadida) puede generar daños irreversibles en nuestra salud física y mental.
Aunque darse un gustito de vez en cuando es algo recomendable, intentar compensarnos con comida es un grave error. No funciona.
Por eso, hay que generar nuevos hábitos y antes de correr al refrigerador preguntarnos si lo que tenemos es hambre o solo un episodio de ansiedad.
Preparar una serie de snacks sanos pero ricos puede ayudarte a compensar los atracones mientras logras mejorar tus hábitos de pensamiento.
Mantenerte hidratado también es importante, a veces crees que tienes hambre pero tomas agua y descubres que era sed. Pasa.
El hambre emocional es solo un síntoma, la comida se convierte en un falso consuelo, por eso es importante ahondar en las causas.
¿Qué es exactamente lo que te está faltando? ¿Comida o una buena porción de inteligencia emocional?
